martes, 17 de enero de 2012

La meta

J. Pascual

Un día, sin saber cómo ni a qué se debe, empiezas a caminar. Al principio tus pasos son inciertos, vacilantes, pero tu meta es robusta, permanente, y caminas, y caminas hasta llegar a ella, y después de la lucha no hay otra cosa que esperanza, satisfacción y alegría. 

Todavía recuerdo esos momentos, dulces, deliciosos, que parecían no terminar, pero que volaban cuando menos lo esperabas. Hasta la espera era agradable. No existían esos flashes maltratadores de mentes que te recuerdan que el momento tiene que llegar, y que hagas lo posible para provocarlo y que ocurra. Todo era calma, todo era paz. Todo eran noches de raso y mañanas de seda, suaves, excitantes y tiernas, como susurros de amor, de esos que terminan lo que empezó en la madrugada, simplemente sublimes.

Pero llegó lo incierto, cómo no, lo oscuro, sin esperarlo, sin que avisara. Injusto, y no pude hacer nada para remediarlo. Sólo aguantar, mirar al suelo y dejar que cumpliera su cometido. Amargura. Los pasos cada vez eran más firmes entonces, pero la meta tremendamente difusa, incluso la deje de ver en alguna ocasión, y el miedo se apoderó de mí, de mi cuerpo, de mi alma, de mi vida. La lucha cada vez era más dura, hiriente, pero constante. Así cerraba los ojos y pensaba en el principio, en esa seda que aquella mañana acariciaba mi cara, mis manos, mi piel, pero no volvía.

Hoy intento recuperar esa calma que se fue sin querer, y que queriendo no vuelve. La temo, pero la adoro, como a nadie, como a mi vida, como a mi aire. Hoy daría lo que fuera por ser aquella que podía mirar a los ojos sin preocuparse por lo que otros ven en ellos. Hoy quiero volver.





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